Este evento conmemora los cien años del nacimiento del músico mexicano-estadounidense Conlon Nancarrow (1912-1997) con una serie de conferencias impartidas por destacados especialistas, un mesa redonda, la proyección del más reciente documental sobre su vida y obra y un concierto con piezas de su repertorio. Con estas actividades, el Museo Universitario del Chopo celebra las contribuciones de uno de los músicos más innovadores del siglo XX, cuya producción fue realizada sobre todo en nuestro país.
Organizan: Rossana Lara, Manuel Rocha y Esteban King
8 de diciembre de 2012
Foro del dinosaurio
Entrada libre
El homenaje a Conlon Nancarrow (Texarkana, 1912–Ciudad de México, 1997) organizado por el Museo Universitario del Chopo, y el cual forma parte del programa “Activación de la memoria” de este recinto universitario, tiene por objeto abrir un espacio de difusión y reflexión en torno al legado musical y teórico de uno de los compositores más innovadores del siglo XX.
A diferencia del reconocimiento y enorme impacto que ha tenido la obra de Nancarrow entre músicos y artistas sonoros y visuales alrededor del mundo, la recepción de su obra en México es, lamentablemente, apenas visible. Ello no deja de sorprender si consideramos que el compositor decidió en 1940 adoptar la nacionalidad mexicana huyendo de las políticas persecutorias del Mccarthismo para desarrollar desde entonces en este país todo su trabajo teórico y musical.
A grandes rasgos, Nancarrow radicalizó la idea germinal de Henry Cowell, compositor estadounidense, de asociar el ritmo –las proporciones de duración que hay entre distintos sonidos– con las proporciones armónicas que se establecen entre los sonidos de acuerdo a su frecuencia. Esta asociación es la base que permite a Nancarrow explorar un mundo de posibilidades de proporción y variantes rítmicas que escapan a la forma convencional de entender, tocar y escuchar el ritmo en la mayor parte de la tradición musical occidental.
Tanto la complejidad de las proporciones rítmicas, como la exploración de velocidades extremas a las que esos ritmos ocurren, y que provocan la transformación del ritmo (serie de eventos discretos discontinuos) en un timbre sonoro continuo, implicó, por un lado, el desplazamiento del intérprete humano por los instrumentos autómatas –específicamente la pianola, que adquiere otra connotación estética después del uso y tratamiento que le da Nancarrow– y por otro, el permanente reto a la percepción auditiva. Como lo advierte Kyle Gann, uno de los teóricos más notables de la obra de Nancarrow, su música requiere una intensa atención del oyente puesto que múltiples secciones ocurren demasiado rápido, tanto, que incluso “es difícil decir que exista armonía” (siguiendo la connotación usual de dos o más sonidos que confluyen simultáneamente). Aunque todo ello pareciera apuntar a una música excesivamente teórica, “fría” al restituir el gesto humano por la máquina, acaso apta sólo para oídos capaces de descifrar su estructura entreverada, no hay cosa que se encuentre más alejada de la obra de Nancarrow, a decir de su resultado increíblemente vital y lúdico impreso de tintes jazzísticos. Quizá en ese cuidadoso equilibrio entre el rigor matemático y el ludus sonoro radique su mayor magia.
Un homenaje organizado en México dedicado a difundir las aportaciones de su música, que estuviese conformado por especialistas y amigos cercanos al compositor –Julio Estrada, Dominic Murcott y Salvador Rodríguez– resultaba, en el contexto de la conmemoración internacional del centenario de Nancarrow, imprescindible.
Rossana Lara