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Malinche, la lengua

Noemí Moreno

 

 

Malinche es conocida por el calificativo que sirve para denostar a quien rechaza lo propio y a los suyos, para dar preferencia a su fascinación por lo ajeno y extranjero. Pero no siempre contó con tan mala fama. Los cronistas del tiempo de la Conquista, tanto indígenas como españoles, la describen como una mujer fuerte, de cualidades extraordinarias para persuadir e incluso para expedir órdenes.

 


La figura de Malinche como traidora aparece en el México independiente. La emergente nación mexicana, necesitada de relatos que la distanciaran de lo español, encuentra en el pasado indígena un tiempo y un lugar para configurarse. La Malinche sirve de mito fundacional al ser el negativo vergonzoso de esos otros indígenas que, aunque igualmente ignorados, eran requisito para la construcción de una nueva identidad.

 


Malintzin, por su nombre sin castellanizar, también ha sido descrita como víctima. Siendo niña fue vendida a un cacique de Tabasco y luego, en su adolescencia, fue entregada a los españoles cuando llegaron a esta misma costa, junto con otros presentes de oro. De todos los regalos, Malintzin fue, sin duda, el más preciado.


Pensada como esclava y objeto, y también en términos de traición, fue durante muchos años relegada a un papel más bien pasivo. Sin embargo, hay una grieta por donde puede desvinculársele de la ofensa de la víctima y del sentido habitual de traición.


Considerada como “la lengua” de quienes después serían los conquistadores, el apelativo Malinche aparece en distintas crónicas para denominar tanto a Marina (nombre recibido en su bautizo) como a Hernán Cortés. La Malinche excede las singularidades de la propia Malintzin y de Cortés, es una tercería, es “la lengua” nueva habilitada por una mujer que en lugar de huir de sus “captores” decide quedarse con ellos, cambiando así no sólo su destino sino el de la historia.


Al superar al personaje que lo encarna, lo que Malinche traiciona es a la lengua misma, eso que al momento de traducir e interpretar necesariamente tiene que irse creando y des-creando, porque la lengua sólo puede ser lengua traicionándose a sí misma, pues sólo ahí, en esa traición, despliega sus potencialidades. Si la lengua fuera inmóvil nada rebelaría, tanto en el sentido de mostrar como en el de subvertir.

Malinche no sólo es la figura de una mujer que reúne a la indígena y al español; tampoco es una simple emisaria, un sumiso objeto de recambio que obedece las órdenes de su “dueño”. Malinche es la lengua misma, un lugar donde los nombres propios pueden disolverse para dar sitio a algo más que los protagonismos. En esa apertura hacia el otro, lo indígena y lo español se afirmaban y se negaban en un mismo movimiento, donde acción y sumisión intercambiaban sus sitios. La otra traición, la violenta, es posterior al obrar de Malinche.

 

En un momento donde el lenguaje inclusivo intenta evidenciar y desmantelar el silencio al que ha sido reducido el papel de las mujeres en la historia, y en el cual también la pregunta por el ser hombre o ser mujer se replantea hacia la posibilidad de una apertura donde el binarismo sexual no se imponga, espero con gusto a les traidorxs de la lengua.