story

Marina dice

E. Benveniste

Es en y por el lenguaje
como el hombre se constituye como sujeto.

 

Al oído del que ve
y otorga el ritmo,

susurro,
me demoro, digo: soy.

 


Y,
sin embargo,
no es ego la piedra que me funda

o me sostiene,
la herida que me atraviesa al precio

de hacerme perdurar.

 


Los territorios que habito
no pertenecen al primer pronombre,
y el único oficio al que me entrego cada instante

es la levedad:
permanezco en márgenes y superficies —la piel del agua se curva
si presiono,
y es mi gesto el que replican las libélulas en su lento acuatizaje—,
me propago en resonancias,
persisto en lo invisible
—sólo cuando es mediodía
la traza del caracol reverbera—,
me inclino hacia el follaje rumoroso

del árbol que da sombra: escucharlo es toda mi violencia

y toda mi virtud.

 


Es en la medianía,
en la impasibilidad de lo neutro
y los dominios de lo frágil,
donde las cosas ceden a la temperatura de mi aliento y el poder de mi hacer recoge

sus más dulces frutos de sentido.

 


Pero que nadie se pierda en falsas conjeturas: también yo
me entrego a imposibles y esplendores, trastorno jerarquías,

administro saberes y revelaciones,
me pierdo en prendas y plumajes coloridos.



Si prestidigito con mayor eficacia en el silencio,
si persevero tan sólo como ausencia o criatura de bestiario en la trama de los otros,
es tan sólo para atender mejor

a mi interés y mi deseo.

 


Mi velocidad ha estado siempre detrás de las palabras.
Detrás de las palabras, yo:

la espuma inabarcable que no dice.
El ritmo que no enuncio porque existe.