El eterno retorno de Jesús y los mutantes
Rubén Ortiz Torres
“¿Quiénes eran? ¿Qué chingados hacían? ¿Cómo sonaban o cómo carajos se veían? Si eran anarquistas, yo debía ser uno de ellos”.
La relación de Rubén con el punk inicia cuando su amigo Diego regresa de un viaje a Inglaterra en 1978 y le comenta sobre unos tipos dementes que vomitaban, usaban ropas rasgadas, tenían pelo verde e insultaban a la Reina. Se llamaban punks y resistían a la autoridad. A partir de ahí Rubén escuchará por primera vez los acordes disonantes de los Sex Pistols, The Clash y demás bandas pioneras de un sonido que le hace sentirse parte de una generación que dejaba atrás la nostalgia musical de los años 60.
Tiempo después conoce a Paco López Morán El Vox, un artista anarquista peinado con un mohawk gigante, ropa excéntrica diseñada por él mismo, tatuajes, abundante maquillaje y una banda llamada Jesús y los Mutantes. Este encuentro incita a Rubén a fotografiarlo y hacer películas en formato Super 8. Con la vieja cámara Yashica de su padre obtiene imágenes en blanco y negro muy contrastadas, el grano muy abierto y mal reveladas. Imprime las ocho imágenes requeridas para participar en la Bienal de Fotografía en 1984 y gana una beca de producción.
A diferencia de los fotoperiodistas que durante esa época fotografiaban a chavos banda, o punks de las zonas marginales, las imágenes de Rubén son una autorrepresentación: “en otras palabras, mis fotos no eran resultado del voyerismo antropológico de un fisgón, sino, tal vez, el resultado de un auténtico exhibicionismo”.
En sus fotografías aparece Guillermo Santamarina, apodado el Tin Larín, quien muchos años después se convertiría en curador y artista. También están los hermanos Juan Carlos y Mario Lafontaine, integrantes del legendario dueto María Bonita; las chicas de Las Flores del Mal que usaban ropa vintage de los años 50 y 60. Además, Rubén registró los puntos de encuentro de la escena subterránea como el Disco Bar 9, un bar gay en la Zona Rosa y el Tutti Frutti, un bar punk al norte de la ciudad.
Algunos de los chavos con chamarras de cuero, lentes oscuros, peinados erizados y zapatos picudos que fotografió Rubén, tuvieron el privilegio de viajar e importar el estilo a México. Rubén descubrió que estos probables punks no necesariamente tenían los ideales socialistas libertarios que en un principio lo habían inclinado hacia ellos. Se interesaban por actualizarse en las últimas tendencias sonoras y en algunos de ellos, un gesto político fue afirmar una identidad gay a partir de la moda. Mientras tanto, los chavos de las periferias de la Ciudad de México –como en el caso de los Sex Panchitos de Observatorio– optaron por una estética roquer-punk que se complementaba con un baile rígido y espasmódico.
“¡El punk de hoy se niega a morir!
El estilo no se crea ni se destruye, sólo se transforma”.
Texto basado en un escrito de Rubén Ortiz Torres: “MEXIPUNX”, publicado en inglés en el libro Punkademics. The Basement Show in the Ivory Tower. Edición de Zack Furness, Minor Compositions, 2012. Redactado por Adriana Chávez, en ocasión de la selección que se exhibió bajo el título de MEXIPUNX en el Centro Fotográfico Manuel Álvarez Bravo de Oaxaca en 2017.
Algunas de las imágenes aquí mostradas se expusieron originalmente como parte de la serie Jesús y los Mutantes en el Consejo Mexicano de Fotografía en 1984.
La presente exposición El eterno retorno de Jesús y los mutantes, consiste en mi selección del trabajo de Rubén Ortiz Torres. Está hecha en la misma tónica en la que Rubén hizo sus fotos: a partir de un entorno cercano, con la confianza de la amistad, y con el respeto debido a la obra y al momento en que fueron hechas. Esta es una selección que no tiene demasiadas bases conceptuales, sino que se hizo con la intuición de hacer una revisión llena de asociaciones afectivas con los personajes y dando importancia a la estética de entonces, intentando no ser demasiado sentimental por aquel momento en la historia del arte, de la música y de la fotografía en esta ciudad defectuosa. Conozco a Rubén desde hace mucho y siempre he admirado su sentido del humor y su forma de hacer híbridos de culturas con referencias diversas. El punk es precisamente eso: sacar un poco de aquí, jalar algo de allá porque nos acomoda y punto. Quién quiera cambiar el mundo tiene que empezar a moverse ya.
Laureana Toledo. Tlalpan, 2021
Curadora invitada
Hasta el domingo 13 de febrero 2022
Rubén Ortiz Torres. Es profesor de Artes Visuales en la Universidad de California en San Diego, comenzó su carrera como fotógrafo, grabador y pintor, pero ha producido a lo largo de los años cuerpos de trabajo en una variedad de medios incluyendo películas y videos, automóviles y máquinas personalizadas. Su obra ha sido incluida en las colecciones del Museo Metropolitano de Arte y el Museo de Arte Moderno de Nueva York; el Museo de Arte Contemporáneo de Los Ángeles; el Museo Nacional de Arte Reina Sofía de Madrid; y el Museo de Arte Contemporáneo en San Diego, entre otros.
Laureana Toledo. Artista visual autodidacta. Su trabajo explora las relaciones entre distintos medios y lenguajes visuales, así como la asimilación de la cultura popular. Ha expuesto de manera individual y colectiva en espacios como Eastside Projects, en Briminghan; Whitechapel Gallery, en Londres; Museo de Arte Moderno, en la Ciudad de México; y RedCat, en Los Ángeles, entre otros. Ha gestado proyectos como curadora y en colaboración con Francis Alys, David Byrne y Lourdes Grobet. Participó en la escena artística y rockera de los años ochenta en México y otros países.
Fumadores (Toronto, Canadá, 1984-2011 AP). Plata sobre gelatina entonada al selenio, 2017. Colección del artista.
María Bonita (Ciudad de México, ca. 1985). Plata sobre gelatina entonada al selenio, 2017. Colección del artista.
La última cena (Ciudad de México, 1984). Plata sobre gelatina entonada al selenio, 2017. Colección del artista.